Esta es una obra clásica de la literatura argentina. Para bien o para mal tiene una leyenda por su autor, Miguel Cané, el autor de la Ley de Residencia, la cual es una ley donde se buscaba “resolver” las demandas sociales de los sectores obreros deportando a los indeseables anarquistas una vez que eran detenidos. El análisis crítico al que tuve la posibilidad de acceder dice sin duda que el papel de esta obra fue legitimar el orden de cosas de 1880.
La verdad es que políticamente hablando la obra si tiene referencias le son escasas. Las pocas como su pertenencia a Buenos Aires versus el resto del país y el definirse como un crudo, y las razones de su elección no superan las 4 o 5 páginas diluidas en el resto de la obra. Lo que sí hay y que en el fondo le pone en un lugar apropiado para ser el autor de la ley citada más arriba es una caracterización sobre la naturaleza de los extranjeros, los “indios”, y otros. El cuerpo es lo que viene a definir la naturaleza del carácter de las personas y se funden las ideas de fealdad, o rasgos específicos con caracteres específicos. El autor en este caso en sus memorias apenas se describe a sí mismo y a su cuerpo, menos su pelo, rostro, etc. Para los alumnos bien, se puede describir la fuerza, la inteligencia, y hasta la bondad. Para los que quedan relegados se les describe el pelo, en general por el pelo abundante y de mucho volumen, y su contextura física. En lo demás las personas que son descritas en la obra tienen cuerpos bastante particulares, los gallegos y los italianos del sur son personas como brutas, y que apenas pueden entender lo que hacen.
Siempre su llegada al país y su función es azarosa. Irónicamente el clero español tiene un ascendiente mejor que estos inmigrantes de segunda categoría. No hay una precisión del origen español de los sacerdotes en cuestión. Los vascos quedan en un lugar aparte porque su brutalidad y su fuerza son casi signos de una admiración similar a la que podría tener el indigena, el malón, etc.
No es poco decir esto porque una de las escenas donde el autor corre y se mantiene más tenso es cuando se enfrenta a estos.
Los ingleses apenas son nombrados pese a su importancia en la época, primer socio comercial del país, y con claras influencias en el orden y la cultura locales. Sí en una especie de manía que tienen las clases altas argentinas y todos los arribados a ellas, o a privilegios como Cané, hay una francofilia extrema. Los franceses los pocos que hay tienen cabezas bien hechas, que representan la sabiduría, las novelas que crían la imaginación de los hijos del país, los mejores miembros del colegio nacional es literatura francesa. Esa marca como dije se nota en algunos de sus vicios para comprender el mundo. Si bien y en esto se marca un estilo, las menciones siempre son colecciones. Como tuve la suerte de escuchar recientemente nuestro país siempre era un receptor tardío de las ideas que en Europa tenían un predicamento previo relevante. Digamos que ese “positivismo”, y las jerarquías que en el mundo desarrollado tenían los europeos del norte eran tomados al pie de la letra. Sí como muchas pasaba, los argentinos, “latinos” se querían asimilar a lo que más se parecía a un sujeto del norte del continente es decir un francés. Lo criollo, lo local queda en una suerte de elipsis, el proyecto del criollo argentino está virando a lo francés y la cultura es una de las cuestiones más relevantes.
El grueso de la narración tiene elementos podríamos llamarlos anecdóticos. Una suerte de educación sentimental, una curiosamente manera de ver plasmada en literatura las observaciones que Pierre Bourdieu hizo sobre la educación. Incluso cuando se pensaba en las élites del país, y en la cultura se rescataba antes que nada, que la ciencia sin una formación histórica y cultural acorde podía volverse impotente. La importancia de la personalidad de aquellos que se criaron en Buenos Aires para exponer las ideas, y para dominar los temas, y por último de que la educación secundaria es el pilar fundamental de la educación. Dejo dos cuestiones menores más, la primera es que Cané es la peripecia de un hombre que perdiendo a su padre de empobrece pero que vuelve a las élites, grupo bastante diáfano, quizás como pensaban los escritores del siglo XIX era una suerte de aristocracia del espíritu que acompañaba a la burguesía. Por último, no es en vano pensar que los esfuerzos en la educación superior se obtendrán de la mejor forma siempre que el secundario logre las mejores metas en las competencias que se necesitan para que el estudiante siendo “autónomo” obtenga los mejores resultados.